VIVIR DE AMOR.!!

 ** “El silencio es una virtud que  acompaña  la  vida del contemplativo.  Un silencio que ambienta  su  entorno 

 para la oración  y  un silencio  interior  que  lo coloca  ante  el  Misterio en  actitud  de  escucha  y  apertura.”

                 (Tratado sobre nuestra Espiritualidad, nº3)

** “La soledad en nuestra Espiritualidad tiene la significación de la totalidad de la entrega, 

expresada en la búsqueda frecuente de momentos fuertes de oración, 

donde físicamente  estamos  a  total   disposición  de  Jesús  Amante, que siempre nos  espera.” (Idem., nº4)

 

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https://lauradeanacoretas.blogspot.com

 

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 SANTOS ANACORETAS

 

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12 DE MAYO

SAN JUAN EL SILENCIOSO

anacoreta

 

San Juan fue apodado “el silencioso” por su gran amor al silencio y el recogimiento.  Nació el año 454, en Nicópolis de Armenia, de una familia en la que se contaban varios generales y gobernadores de aquella parte del imperio.  Después de la muerte de sus padres, Juan, que no tenía más que dieciocho años, construyó un monasterio para él y otros diez compañeros.  Bajo la dirección del joven superior, la pequeña comunidad vivía entregada a la devoción y al trabajo.  Pronto adquirió San Juan gran fama de santidad y prudencia en el gobierno.  Debido a ello, el arzobispo de Sebaste lo consagró obispo de Colonia, en Armenia, a los veintiocho años de edad, muy contra la voluntad del joven.  San Juan desempeñó durante nueve años las funciones episcopales; instruyó celosamente a su grey, se privó aun de lo más necesario para socorrer a los pobres y conservó, en cuanto pudo, el severo régimen de vida del monasterio.  Pero, incapaz de poner remedio a ciertos abusos y sintiéndose llamado al retiro, el santo decidió finalmente abandonar su sede.  En vez de volver a Armenia, se dirigió secretamente a Jerusalén, sin saber a ciencia cierta lo que iba a hacer ahí.  Según cuenta su biógrafo, una noche en que San Juan se hallaba en oración, vio una cruz muy brillante en el aire y oyó una voz que le decía: “Si quieres salvarte, sigue esta luz.”  Guiado por la cruz, San Juan llegó a la “laura” de San Sabas.  Convencido de que tal era la voluntad de Dios, el santo ingresó al punto en el monasterio, que contaba con más de ciento cincuenta monjes.  Tenía entonces treinta y ocho años de edad.  San Sabas le puso al principio bajo las órdenes del maestro de obras para que acarrease agua y piedra y ayudase a los obreros en la construcción de un hospital.  San Juan iba y venía como una bestia de carga, totalmente concentrado en Dios, siempre alegre y silencioso. Después de esta prueba, el experto superior le nombró encargado de los huéspedes, a los que el santo servía como si se tratase del mismo Cristo.  Al ver que su novicio avanzaba rápidamente en la perfección, San Sabas le permitió retirarse a una ermita para que pudiese entregarse del todo a la contemplación. Los cinco primeros días de la semana, el santo ayunaba en su celda; pero los sábados y los domingos, asistía a los oficios en la iglesia.  Al cabo de tres años de vida eremítica, San Juan fue nombrado supervisor de la “laura”.  A pesar de los numerosos asuntos en que ocupaba por su cargo, su gran amor a Dios le permitía vivir con el pensamiento fijo en Él, continuamente y sin esfuerzo.  Cuatro años más tarde, San Sabas juzgó a San Juan digno del sacerdocio y decidió presentarle al patriarca Elías.  Al llegar a la iglesia del Monte Calvario, donde la ordenación iba a tener lugar, Juan dijo al patriarca: “Santo Padre, tengo que deciros algo en privado; si después de oírme me juzgáis apto para el sacerdocio, recibiré las sagradas órdenes.”  El patriarca le concedió una entrevista a solas.  San Juan, después de obligarle al más estricto secreto, le dijo:  “Padre, yo soy obispo; pero por mis muchos pecados, tuve que venir a refugiarme en este desierto a esperar la venida del Señor.” Elías se quedó sumamente sorprendido  y se comunicó con San Sabas para decirle:  “No puedo ordenar a este hombre, por lo que me ha comunicado en secreto.”  San Sabas volvió al monasterio muy preocupado, pues temía que Juan hubiese cometido un crimen horrible; pero en respuesta a sus oraciones, Dios le reveló la verdad y le obligó a no comunicarla a nadie.  El año 503, algunos monjes rebeldes obligaron a San Sabas a abandonar la “laura”.  Entonces, San Juan se retiró, durante seis años, a un desierto vecino, y volvió a la “laura” al mismo tiempo que San Sabas.  Vivió todavía cuarenta años en su celda.  La experiencia le había mostrado que las almas acostumbradas a hablar con Dios no encuentran más que amargura  y vacío en el trato con los hombres.  Además su humildad y su deseo de vivir olvidado  le impulsaban, más que nunca, a la soledad.  Pero la fama de su santidad atraía constantemente a los visitantes y, el santo comprendió que no debía negarse a quienes necesitaban de sus consejos.  Entre estos se contaba a Cirilo de Escitópolis, quien escribió su biografía cuando el santo tenía ya ciento cuatro años; según Cirilo, San  Juan  conservaba  todavía la lucidez que  le  había caracterizado toda su vida.  El mismo biógrafo relata que, de joven, había ido a consultar al santo ermitaño acerca de su vocación.  San Juan le aconsejó que entrase en el monasterio de San Eutimio.  En lugar de obedecer, Cirilo ingresó en un monasterio de la ribera del Jordán, donde contrajo una fiebre que le puso a las puertas del sepulcro.  Pero San Juan se le apareció en sueños, le reprendió bondadosamente y le dijo que en el monasterio de San Eutimio recobraría la salud y el favor de Dios.  A la mañana siguiente,  Cirilo partió al monasterio de San Eutimio, completamente restablecido.  El mismo autor cuenta que, en su presencia, San Juan arrojó el mal espíritu que se había apoderado de un niño, con sólo trazar con aceite, una cruz sobre su frente.  Con su ejemplo y sus consejos, San Juan convirtió muchas almas a Dios.  Su vida en la ermita fue una imitación perfecta --en cuanto sea posible a la naturaleza humana—de la de los gloriosos espíritus, que en el cielo, aman y alaban constantemente a Dios.  Con ellos fue a reunirse el santo el año 558, después de pasar setenta y seis años en una soledad sólo interrumpida por los nueve años de episcopado.

 

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19  DE  JULIO

SAN ARSENIO, EL GRANDE

Anacoreta

 

Cuando el emperador Teodosio el Grande buscaba a un hombre a quien confiar la educación de sus hijos, el Papa Dámaso le recomendó a Arsenio, un senador tan versado en las ciencias sagradas como en las profanas.  Arsenio se trasladó a Constantinopla para ejercer el cargo de tutor de los hijos del emperador.  Se cuenta que en una ocasión Teodosio el Grande fue a ver a Arcadio y Honorio y los encontró sentados, mientras Arsenio le explicaba las lecciones de pie; al punto ordenó a sus hijos que en adelante escuchasen de pie las lecciones y pidió a Arsenio que tomase asiento.  Pero Arcadio y Honorio no hicieron nunca honor a su tutor, quien, por otra parte, se sentía llamado a retirarse del mundo.  Finalmente, después de haber pasado diez años en la corte, Arsenio oyó claramente la voz de Dios, que le decía.  “Huye de la compañía de los hombres para salvarte.”  Arsenio partió, pues, de Constantinopla y se trasladó por mar a Alejandría.  Después de la muerte de Teodosio, los monjes con quienes Arsenio vivía se burlaban de él llamándole “Padre de los Emperadores”;  Arsenio, que sufría por no haber conseguido hacer hombres decentes de sus dos pupilos, huyó al desierto para olvidar su fracaso.  Los superiores de los monjes de Esqueta, ante quienes se presentó, le confiaron al cuidado de San Juan el Enano.  Cuando los monjes se sentaron a comer, Juan el Enano se sentó con ellos, dejando a Arsenio de pie y sin saber qué hacer.  Tal recepción era un rudo golpe para la vanidad de un antiguo miembro de la corte.  Pero lo que siguió fue todavía peor:   San Juan el Enano, tomando una rebanada de pan, se la arrojó a los pies y le dijo con aire de indiferencia que comiese si tenía hambre.  Arsenio se sentó alegremente en el suelo a comer.  San Juan quedó tan satisfecho al ver ese gesto, que consideró que no hacía falta probar más a Arsenio antes de recibirle y dijo a los monjes: “Este hombre será un buen fraile.”  Por falta de atención, Arsenio conservaba al principio ciertas costumbres cortesanas, como la de sentarse con la pierna cruzada, y sus compañeros veían en ello cierta ligereza o falta de recogimiento.  Pero los monjes más antiguos, que tenían gran respeto por Arsenio, no querían humillarle en público haciéndoselo notar; así pues, se pusieron de acuerdo en que uno de ellos cruzaría la pierna en una reunión y soportaría sin replicar la reprensión de otro.  Arsenio comprendió al punto la lección y no volvió a cruzar la pierna.  El nuevo monje pasaba el tiempo tejiendo esteras con hojas de palma.  En vez de cambiar el agua con que humedecía las hojas, se contentaba simplemente con añadir más según se iba consumiendo.  Algunos monjes preguntaron a Arsenio por qué no tiraba el agua sucia, y el santo respondió: “con el mal olor del agua sucia hago penitencia por haber empleado, en otro tiempo, perfumes lujosos.”  Arsenio vivía en la mayor pobreza.  En cierta ocasión, un empleado del emperador llevó a Arsenio el testamento de un senador que le había dejado por  heredero de su fortuna.  El santo tomó el documento y lo hizo pedazos, a pesar de que el enviado imperial le previno de que ello podría acarrearle dificultades.  Arsenio se contentó con responder: “Yo morí antes que el senador y, por consiguiente, no puedo ser su heredero.” 

Con frecuencia pasaba toda la noche en oración.  Los sábados tenía por costumbre asistir a los rezos del crepúsculo y permanecer con los brazos en cruz hasta la salida del sol.  Dos de los discípulos de Arsenio vivían cerca de él; se llamaban Alejandro y Zoilo.  Algo más tarde se añadió un tercero llamado Daniel.  Los tres se distinguieron por su santidad y sus nombres aparecen con frecuencia en las historias de los padres del desierto de Egipto.  San Arsenio admitía rara vez a los visitantes.  En cierta ocasión fue a visitarle Teófilo, el obispo de Alejandría, con algunos compañeros y le rogó que le diese algunos consejos para el bien de sus almas.  El santo les preguntó si estaban dispuestos a seguir sus consejos.  Cuando los visitantes le respondieron afirmativamente, Arsenio dijo: “Bien, entonces os mando que, cuando alguien os pregunte dónde vive Arsenio, no se lo digáis o bien, decidles que se eviten la molestia de ir a visitarle y que le dejen en paz”.  El santo no visitaba nunca a sus hermanos, a los que veía de cuando en cuando   en   las   conferencias   espirituales.     El   abad   Marcos   le preguntó un día por qué rehuía de esa manera la compañía de sus hermanos.  Arsenio replicó : “Dios es testigo de que os amo de todo  corazón.  Pero como  no puedo estar con Dios y con los hombres al mismo tiempo, prefiero dedicarme a conversar con Dios.”  Sin embargo no dejaba por ello de dirigir espiritualmente a sus hermanos,  y todavía se conservan algunos de sus dichos.  Con frecuencia repetía: “Muchas veces he tenido que arrepentirme de haber hablado, pero nunca me he arrepentido de haber guardado silencio.”  Solía traer a colación lo que San Eutimio se repetía para renovar su fervor: “Arsenio, ¿Por qué abandonaste el mundo y para qué has venido a la religión?”  En cierta ocasión los monjes le preguntaron por qué pedía consejo a un iletrado, puesto que él era tan versado en las ciencias.  Arsenio replicó: “Es cierto que conozco un poco de las culturas griega y romana; pero todavía me queda por aprender el “ABC” de la ciencia de los santos, y este monje ignorante lo conoce a la perfección”.  Evagrio del Ponto, que se había retirado al desierto de Nitria el año 385, después de haberse distinguido en Constantinopla por su saber, preguntó al santo por qué tantos hombres muy versados en las ciencias hacían tan  pocos progresos en la virtud, en tanto que algunos egipcios analfabetas alcanzaban un alto grado de contemplación.  Arsenio respondió: “Si nosotros no progresamos, es porque nos gloriamos de la vana ciencia que poseemos; en cambio esos analfabetas egipcios, que conocen perfectamente su debilidad, ceguera e insuficiencia, avanzan en la virtud por el verdadero camino de la humildad.”  San Arsenio era bien parecido y muy alto, aunque con los años se encorvó un  poco.  Era de figura elegante y su rostro reflejaba a la vez la majestad y la mansedumbre.  Su cabello era muy blanco y la barba le llegaba hasta la cintura; pero las lágrimas que derramaba continuamente le habían carcomido los párpados.  Tenía cuarenta años cuando abandonó la corte y vivió hasta los noventa y cinco en la mayor austeridad. Estuvo cuarenta años en el desierto de Esqueta, hasta que la irrupción de los bárbaros le obligó a salir de ahí.  Hacia 434 se retiró a la roca de Troe, que dominaba la ciudad de Menfis y, diez años más tarde, a la isla de Canopo en las costas de Alejandría; pero no pudiendo soportar la proximidad de dicha ciudad, se retiró a morir a Troe.  Sus hermanos le vieron llorar en sus últimas horas, por el temor a la muerte, pero Dios le concedió una muerte muy apacible, y el santo pasó al Señor lleno de fe y de la humilde confianza que inspira la caridad perfecta, el año 449 ó 450

 

 

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5 DE MARZO

SAN GERÁSIMO, Abad

San Gerásimo nació en Licia de Asia Menor, donde abrazó la vida eremítica.  Después pasó a Palestina y, durante algún tiempo cayó en los errores eutiquianos, pero San Eutimio le devolvió a la verdadera fe.  Más tarde, parece que estuvo en varias comunidades de la Tebaida y finalmente, retornó a Palestina, donde se hizo íntimo amigo de San Juan el Silencioso, de San Sabas, de San Teoctisto y de San Atanasio de Jerusalén.  Tan numerosos fueron sus discípulos, que el santo fundó una “laura” de sesenta celdas, cerca del Jordán y un convento para los principiantes.  Sus monjes guardaban silencio casi completo, dormían en lechos de juncos y jamás encendía fuego dentro de las celdas, a pesar de que las puertas tenían que estar siempre abiertas.  Se alimentaban ordinariamente de pan, dátiles y agua y dividían el tiempo entre la oración y el trabajo manual.  A cada monje se le asignaba un trabajo determinado, que debía estar listo el sábado siguiente.  Aunque la regla ya era de suyo severa, San Gerásimo la hacía todavía más rigurosa para sí,  y nunca cesó de hacer penitencia por su caída en la herejía eutiquiana.  Según se cuenta, durante la cuaresma, su único alimento era la Sagrada Eucaristía.  San Eutimio le profesaba tal estima, que le enviaba, por medio de los discípulos, a aquellos de sus seguidores a quienes consideraba llamados a la más alta perfección.  La fama de San Gerásimo sólo cedía a la de San Sabas.  El años 451, durante el Concilio de Calcedonia, su nombre sonó en todo el oriente.  La “laura” que él había fundado florecía todavía un siglo después de su muerte. 

En el “Prado Espiritual” Juan Mosco nos ha dejado una anécdota encantadora.  Un día en que el santo se hallaba a orillas del Jordán, se le acercó cojeando penosamente un león.  Gerásimo examinó la  zarpa herida, extrajo de  ella una aguda espina y  lavó  y vendó la pata de la fiera.  El león se quedó desde entonces con el santo y fue tan manso como  cualquier otro animal  doméstico.  En el monasterio había un asno, que los monjes utilizaban para ir a traer agua, y éstos hacían que el león cuidara del asno cuando iba a pastar; pero un día, unos mercaderes árabes se lo robaron y el león volvió solo y muy deprimido al convento.  A las preguntas de los monjes, el león respondía con miradas lastimeras.  El abad le dijo: “Tú te comiste el asno.  Bendito sea Dios por ello.  Pero de ahora en adelante tú harás el trabajo del asno”.  El león tuvo que acarrear el agua para la comunidad.  Poco tiempo después, los mercaderes árabes pasaron de regreso con el asno y tres camellos; el león les puso  en fuga, cogió  entre  los  dientes la  brida  del asno y  lo  llevó  triunfalmente al monasterio, junto con los camellos.  San Gerásimo reconoció su error y dio al león el nombre de Jordán.  Cuando murió el anciano abad, el león estaba desconsolado.  El nuevo abad le dijo: “Jordán, nuestro amigo nos ha dejado huérfanos para ir a reunirse con el Amo a quien servía; pero tú tienes que seguir comiendo”.  Pero el león siguió rugiendo tristemente.  Finalmente el abad, que se llamaba Sabacio, condujo al león a la tumba de Gerásimo y, arrodillándose junto a ella, le dijo: “Aquí está enterrado tu amo.”  El león se echó sobre la tumba y empezó a golpearse la cabeza contra la tierra; nadie pudo apartarle de ahí y pocos días más tarde le encontraron muerto.  Según algunos autores, el león que se ha convertido en el símbolo de San Jerónimo, era en realidad el de San Gerásimo.  

 

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VIA CRUCIS DE LA ERMITAÑA

VER: 

www.morandoenelcorazon

decristo.blogspot.com

 

 

EL DESIERTO DE LA NOCHE.. 

EL CRISOL DEL DESIERTO

 

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ADENTRARNO EN EL DESIERTO

CON SÒLO 

PAN Y AGUA:

EL PAN ES JESÙS

EL AGUA,

EL ESPÌRITU SANTO

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EL MONTE TABOR

 

EL SENTIDO DE CRISTO

 

 

"En cuanto a fundamentos, nadie puede poner otros que el que ya está puesto, JESUCRISTO" (I Cor 3,11)

 

Sería sorprendente que Dios trajera un alma al Desierto para "hablarle al corazón", y no le regalara con alguna de esas visitas inefables que han embriagado a tantos contemplativos. Es preciso dejar 'la cosa en manos de su liberalidad, y juzgarse "a priori" indigno de todo favor. No se entra en el. Eremitorio para hacer un experimento. Dios está infinitamente por cima de sus consolaciones, y si se le posee es por la caridad; el gusto nada añade a la realidad. Aquél depende de su beneplácitos y no "le forzarás la mano . Conténtate con desear que te una consigo con la mayor intimidad posible en la tierra. Es San Juan de la Cruz el que dice: "El amor no consiste en sentir grandes cosas, sino en tener grande desnudez, y padecer por el Amado." Importa mucho que lo entiendas desde los inicios; así te ahorrarás un desengaño, agravado con un error de orientación. La enseñanza auténtica del Monte Tabor no es precisamente la que se suele sacar. Lo esencial para los Apóstoles en este misterio de la Transfiguración no fue tanto el haber entrevisto a Jesús en su gloria, como el haber recibido de labios del mismo Padre la consigna: "Este es mi Hijo muy amado... Escuchadle... Alzando los ojos a nadie vieron, sino a Jesús solo" (Mt 17). Difícil determinar mejor el puesto de Jesús en la vida del Ermitaño: no ver ni oír nada fuera de El.

Lo antes posible, toma conciencia de los lazos que te unen a El. Muchos repiten con San Pablo: "Para mí la vida es Cristo" (Flp 21), y luego buscan inspiración en otra parte. En el Eremitorio eso sería un despropósito. Desconfía de la sentimentalidad; el Cristo de 'las revelaciones privadas corre a veces peligro de hacer que desmerezca la verdadera devoción que se le debe. El Evangelio y San Pablo, su Apóstol más apasionado, te darán el imprescindible genuino "sentido de Cristo".

Para ti, Cristo es más que un canal de vida, mas que un intermediario entre la fuente y tu alma. Es la Fuente misma de las aguas vivas. Escucha su invitación: "Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba" (Jn 7,37). Antes de dejarte prender de los encantos humanos de Jesús y verde revivir las escenas evangélicas, escudriña la palabra del Padre. Su intérprete más profundo. ¿Qué significa la expresión extraña: "Para mí, la vida es Cristo"?

Ante todo que Cristo es en sí mismo la VIDA, la Vida increada, sustancial, divina. Además, que El es la "vida de todo ser". Por fin, que es tu vida, ya que no ha venido a este mundo sino para comunicarte la suya.

Es tu vida porque es su causa; te la ha merecido y te la comunica (Rom 6,23; I Jn 2,25).

Lo es también como objeto suyo. Entiende que en el Eremitorio no has de vivir "tu vida" sino la suya. Esto supone una renuncia grande de ti mismo: es la suprema pobreza. Con ello te es dado imitar la de Jesús. Su humanidad no poseía mas personalidad que la del Verbo. "Vivía de Dios". Tú guardarás tu personalidad humana, pero referirás a Cristo, mediante tu voluntad de unión, todas las actividades de esa persona "divinizada" por la gracia. Así será El tu vida.

Concentra en El tu pensamiento, tu amor, tu esperanza. El tomará efectivamente la dirección de tu vida. Como una madre dice: "Mi hijo es toda mi vida", debes tú decir: "Jesús es toda mí vida".

Que en derecho lo sea todo para ti no es una quimera. Lo afirma Dios por San Pablo: "Cristo ha sido hecho para nosotros Sabiduría y Justicia y Santificación y Redención" (I Cor 1,30).

Delante del Señor nada eres sin Jesús. Medita a menudo esta enseñanza del Apóstol; hallarás en ella gran paz. ¿No andas a veces atormentado por las faltas graves o leves que han cavado un abismo o producido una desavenencia entre Dios y tu alma? No habría penitencia capaz de reanudar las relaciones de amistad, si Jesucristo no hubiese de antemano saldado tus deudas. Insiste, como el Apóstol, en el carácter intencionadamente personal de esa mediación; no eres un anónimo en la masa de los redimidos:

"Cristo vino al mundo para salvar a. los pecadores,. de los cuales yo soy el primero. Mas por esto alcancé. misericordia, para que en mí primeramente mostrase Jesucristo su longanimidad y sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él para la vida eterna" (I Tim I ,15-16).

El Desierto no te pondrá a recaudo de todo desfallecimiento. Tus miserias diarias en nada deben abatirte ni alterar tu alegría. Oye a San Juan, el gran Profeta del Amor: "Hijitos míos, os escribo estas cosas para que no pequéis. Pero si alguno peca, aboga- do tenemos ante el Padre: Jesucristo, el Justo. Y él es propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino por los del mundo entero" (I Jn 2,1-2). San Juan conocía mejor que nadie el Corazón de Jesús y la eficacia del sacrificio de la Cruz.

Conforme te preserva de una mala tristeza, esta doctrina te precave de una confianza errónea en el valor de tus expiaciones. Este les viene exclusivamente del hecho de que Cristo las asume. En el Eremitorio amar importa más que extenuarse. La Misa ofrecida u oída vale infinitamente más que todas las maceraciones. La Iglesia apela a los méritos de Jesucristo, no a los nuestros.

Toda falta debe despertar en ti el reflejo de un recurso a las satisfacciones del Redentor. No son tus lágrimas las que te lavan, sino la Sangre de Cristo, si bien tienes que llorar la ofensa inferida a Dios. A nadie más que a El debes tu justificación. Dios te tiene por justo no a causa de la exacta conformidad de tu conducta a un Código de leyes, sino por tu adherencia y participación a la Justicia divina. Obra de tal suerte que mirándote Dios vea en ti los rasgos de su Hijo. Tal es la vocación cabal del cristiano: "destinado a reproducir (esa) imagen" (Rom 8,29).

Al imponerte el sayal de los ermitaños se te dijo: "Revístete del hombre nuevo , el que se renueva en orden al conocimiento verdadero, a semejanza de su Creador" (Col 3,10). El mismo Pablo precisa en otro lugar: "Revestíos del Señor Jesucristo" (Rom 13,14). Comprende lo que se te pide.

El Desierto no es el refugio de una personalidad sombría que ha roto con la sociedad cenobítica, con el fin de no lastimar sus aristas vivas. Por muy solo que estés, no puedes zafarte ante ese trabajo de desasimiento total con miras a trasformarte en la semejanza interior con Jesucristo. Progresivamente debes llegar a pensar, a juzgar como El; a amar lo que El ama y como El lo ama; a obrar según las intenciones que fueron las suyas. No se llevará a cabo esa labor sin derribos importantes. A cambio de ello, El podrá vivir en ti, y tú merecerás la complacencia del Padre: no reconoce por hijos sino a los que vivifica el Espíritu de Jesús (Rom 8,14). Es preciso empeñar una voluntad de "desapropiación" incompatible con toda segunda intención de reservar el propio "yo".

Haz esto y te santificarás. Como la justicia del Ermitaño no es la exacta observancia de un Código de leyes, tampoco su santidad es la práctica concienzuda de un catálogo de virtudes. Sé fiel a la Regla, es un mínimum necesario. Pero no te dejes paralizar por la letra. Jesús obraba con gran amplitud de miras, eso que había venido a perfeccionar la Ley, y a no tener otro alimento que hacer la voluntad del Padre (Jn 4,34). Lo que te hace justo te hará santo: la imitación perfecta de Jesús, practicar la virtud porque El la practicó y de la manera como El la practicó; por amor del Padre. Tu santidad ha de poseer ese sello filial de amorosa presteza que irradia alegría y deja creer que no te cuesta nada.

En cierto sentido es así. Has hallado tu equilibrio y el equilibrio es generador de paz. Cristo contemplado, amado e imitado ha proyectado la plenitud de su luz sobre el misterio de tu existencia y de su papel en el plan de Dios. Esa es la Sabiduría: el conocimiento del "por qué" y del "cómo". Jesús es la Verdad (Jn 14,6). El ha pedido y alcanzado para ti el Espíritu de Verdad (Jn 14,16-17) a fin de que seas consagrado en la Verdad" (Jn 17,17).

Jesucristo es toda la Filosofía del Ermitaño. Con el Evangelio y la Cruz sabe más que todos los pensadores. Los mundanos lo toman por un inculto y un simple. "El lenguaje de la cruz, efectivamente, es lo cura para los que se pierden" (I Cor 1, 18). Ojalá sea siempre para ti "poder de Dios". No te asustes sí a veces le encuentras cierto sabor ajeno al sentido común. Sólo tras largo aprendizaje del sufrir saborearás su fruto. La cruz se ofrece primero como instrumento de suplicio; sólo poco a poco se esclarece con la luz del que la ha transfigurado.

Frecuenta a Jesús sin descanso, ya que es tu Todo. La del Ermitaño es una vida "evangélica". Muy lógico que se aficione a revivir con la mente y el corazón al Cristo del Evangelio. La metafísica no colma el corazón. Si se dan sentidos espirituales, sentimientos espirituales, también existen emociones espirituales que desorientan a. los psicólogos de escuela, pero que las almas interiores conocen bien. No en vano seguirás al Maestro en todas las idas y venidas de su vida terrestre, devorándolo con los ojos del corazón, contemplando sus actitudes y gestos, sorbiendo sus palabras, comulgando con sus penas y alegrías, orando con El, viviendo como uno de los suyos. De esa intimidad nacerá en ti algo mucho mejor que una simpatía platónica de exegeta. El Ermitaño debe vivir la amistad que le brinda Cristo (Jn 15, 15). Nada hay de novelesco en ese esfuerzo por reconstituir el pasado. Viene legitimado por un principio que vierte a raudales la luz y el gozo en nuestras almas.

Por su ciencia beatífica y su ciencia infusa Jesús sabía ya entonces todo lo tuyo, tus más íntimos pensamientos, los movimientos secretos de tu voluntad buena o mala. El, durante su paso por la tierra, vivía contigo y para ti. Por encima de veinte siglos entras realmente en contacto con Aquel que, de lejos, leía en la conciencia de Natanael (Jn 1,48). De ti depende que Cristo haya estado más consolado y haya padecido menos.

Le conoces mejor que a tus más íntimos amigos. En El ningún recoveco de inquietantes sombras.

La Iglesia, en su Ciclo Litúrgico, repite cada año esa peregrinación a las fuentes de nuestra salud. Síguela y descubrirás a Cristo en sus misterios. Cada uno de ellos trae siempre su gracia que caldea el corazón e ilumina el espíritu. Así Jesús vendrá a ser para ti "Alguien" muy cercano..

Todo é1, con su trascendencia divina, sus amabilidades humanas, su influjo salvador en tu alma, es el que se llega a ti en la Eucaristía y a quien adoras en el sagrario. Y ¿podría el Ermitaño creerse solo en el Desierto? ¿Quién habló de la monotonía desesperante de los días?

Vive esa amistad que decimos. Tiene sus condiciones para que sea consoladora. La primera es ser amistad verdadera, con sus intercambios enriquecedores y reconfortantes. Es más lo que recibes que lo que das. Precisamente el don que el Señor espera de ti es tu "receptividad". Los encuentros han de ser para ti una necesidad. Las ocasiones son múltiples: los Sacramentos, las visitas a la iglesia, la "lectio divina", la oración que te sitúa cara a cara con Jesús. Defiende celosamente tu soledad; las entrevistas amicales no consienten un tercero. Tu estar presente a Jesús excluyendo sólo la atención a las personas, sino también el interés impropio por las cosas. Aprende a contentarte con El. Muchos se imaginan haber llegado a este punto, pero se confidencian con el primero que les sale al paso. Jesús está celoso de tu confianza. No hay uno que te comprenda mejor que El, y nadie como El sabe consolar y socorrer. Un sentido de Cristo tan delicado es raro aun en religión. Para el Ermitaño es una necesidad vital, es cuestión de perseverancia y de florida santidad.

Nada lamentarás de cuanto has dejado, el día que Jesús haya ocupado ese primero y exclusivo puesto en tu existencia. Entonces, en verdad, te habrás sentado con él para cenar (Ap 3,20).

 

 

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Nuestra Forma de Vida:

Es la dedicación exclusiva a estar con JESUCRISTO en dulce soledad y silencio, donde el horario y el tiempo pierden su implacable dominio adquiriendo la serenidad, aún en el trabajo, de la vida desprendida de las cosas de la tierra; embriagadora realidad donde tenemos presentes las necesidades de la Iglesia y de todos los hombres, para  unirlos  en  nuestra  propia  oblación,  a   la  Pasión de Cristo.

 

Tener presente:

 

QUE  El  AMOR tiene la primacía sobre todas las cosas. Conocer a Jesús es conocer a DIOS que se hace cercano a nosotras en realidad de HOMBRE, para decirnos que ÉL es el único que nos conoce plenamente y sabe dónde está nuestra plena felicidad: SÓLO EN ÉL.   Abrirle nuestro corazón, escucharle, estar con Él, es encontrar el verdadero camino para hallar esa ansiada felicidad, pues fuimos creadas para Él,  y nuestro corazón no encontrará reposo, sino cuando descanse en ÉL.  (Tomado de nuestros Estatutos Generales) 

 

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El desierto de Jesús los combates del desierto
El Espíritu le empuja hacia el desierto. Estuvo en él... 
tentado por Satanás (Marcos 1)
 
Cuenta San Marcos que Jesús al momento de salir del agua, después del bautismo, 
vio los cielos abiertos y al Espíritu Santo como una paloma descendiendo sobre él 
(1, 10). Y cuando la voz del Padre hubo sonado, “al punto, prosigue el evangelista, el 
Espíritu Santo lo empuja al desierto” (v. 12). Advierte la relación que parece establecer 
el texto entre la plenitud del Espíritu posándose sobre Jesús y su apartamiento al 
desierto. Hay aquí un misterio que interesa al Ermitaño antes que a nadie.
La palabra que pronuncia el Padre es palabra de amor: Tú eres mi Hijo, el 
amado, en ti me complazco” (Marcos 1, 11). El Espíritu que se da es el Espíritu de 
Amor. La retirada al desierto es la respuesta de Amor a esa palabra, a ese don del 
Amor. El Hijo de Dios ninguna necesidad tiene de prepararse al Apostolado. Pero 
su Humanidad, colmada de manera singular en aquella hora, suspira por hallarse a 
solas con su Padre. Tiene razón Guardini en pensar que el Espíritu “lo saca fuera, a la 
soledad, lejos de los suyos, lejos de la multitud que estaba junto al Jordán, al desierto 
donde sólo están su Padre y El”. (El Señor 1).
Quizá no has reconocido tan a las claras el impulso de la gracia conduciéndote 
al Eremitorio. Es a veces el concurso de unas circunstancias muy profanas, que más 
parecían atropellarte que dejarse dirigir. Alguien que no eras tú, el Espíritu Santo, 
accionaba los mandos, y combinaba todas las cosas para traerte aquí. El fue quien te 
arrojó fuera, a la soledad”. Una sola es tu respuesta posible: un asentimiento de amor. 
Únicamente a ese precio se conquista la perseverancia en el desierto. El Papa Pío XII 
lo declaraba: “Ni el miedo, ni el arrepentimiento, ni la prudencia sola son los que 
pueblan las soledades de los Monasterios. Es el amor de Dios.”
Poco te costaría fijar con parsimonia los límites de tus expiaciones; el espíritu 
moderno no gusta de duelos interminables. El amor, en cambio, es insaciable y sus 
propios dones le enardecen. Estás en tu derecho sí emancipas la mente y el corazón 
de las contingencias de la vida del mundo, a fin de poder así aplicar todos tus resortes 
internos a las verdades eternas, a “la Verdad soberana, Dios, que es luz” (Juan 1,5) y 
“amor” (4.8).
¡Ah! pero no creas con esto entrar en el descanso. No obstante toda su pureza y 
santidad, Jesús se impuso una cuaresma sobrehumana, símbolo elocuente de la lucha 
que tendrás que reñir para asentar en ti el predominio tranquilo de todas las virtudes. 
La emprende de cara con el demonio y lo derriba, para prevenirte de los combates 
que te esperan, y enseñarte los medios de vencerlo. Los muros de tu alma los 
levantarás con la llana en una mano y la espada en la otra (Nehemías 4,12). Bastante 
más sudor y tiempo del que piensas lleva el pacificar esa alma. Entre la “sinceridad” 
de tus esfuerzos y la “verdad” de tus renunciamientos se abre ancho foso; no tardarás 
en experimentarlo.
Ingresas en el desierto no con la inocencia de Jesús, sino con la corrupción 
radical de tu naturaleza, agravada con las torceduras y lesiones que le han infligido 
tus hábitos y pecados. Los lazos no los has roto rasgando pergaminos, sino sajando 
en materia viva, y los tocones pujantes de tu afectividad no dejarán de echar brotes. 
A menudo sentirás la tentación de compadecerte de ti mismo. Sé intransigentemente 
fiel a la obediencia y te salvarás.
La Regla bajo la que militas será tu gran purificadora y pacificadora, aun cuando 
te parezca un laminador implacable. Recetará una “dieta” absoluta a tu amor propio 
bajo todas sus formas, y restablecerá por grados la jerarquía y la armonía de los 
valores naturales y sobrenaturales que llevas en ti. Ese orden asegura la tranquilidad: 
es lo que San Agustín llama la paz. 
El Eremitorio te la promete, no sin prevenirte que se trata de una paz armada, y 
que un fallo en la vigilancia, en la energía o en la oración puede replantear toda la 
cuestión. Nuestra paz es precaria porque llevamos dentro, junto con los enemigos 
que la amenazan, las complicidades que comprometen nuestras defensas. Con todo, 
ya es mucho haber interpuesto espacio entre tus pasiones y sus objetos. Ármate de 
valor : “nuestros actos nos cambian”, escribe el Padre de Montcheuil. Una renuncia 
que hoy te parece harto costosa, perderá su virulencia inicial si la aceptas con 
generosidad. Conforme vaya creciendo, la caridad te hará amable algún día lo que en 
este momento te repugna, cuando la fe árida y trabajosa prevalece aún sobre un amor 
vencedor de todo egoísmo.
El demonio no es un mito, y si bien es excesivo verle en todas las tentaciones, 
la tradición monástica concuerda en atribuirle especial encarnizamiento contra 
los anacoretas. El desierto, por lo que dice el Evangelio (Mateo 12,43) era tenido 
por el lugar propio de su guarida, y el monje en aventurada ofensiva se proponía 
desalojarlo. San Mateo establece explícitamente una conexión entre el retiro de Jesús 
en el desierto y la tentación: “Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto ‘para’ 
ser tentado por el diablo” (4, 1).
Por el conocimiento de tus deslices habituales, por la experiencia del pasado 
y lo cuesta arriba de ciertos sacrificios, podrás llegar a barruntar las luchas que te 
aguardan. En el desierto, las hay clásicas, que en una forma u otra difícilmente 
podrás eludir: nacen de las propias excelencias del yermo. Resulta a veces agotador 
el enfrentamiento con esos monstruos de dentro, invulnerables en su inconsistencia.
La soledad te pone a cubierto de los intentos de perversión del mundo. El no ver, 
no oír, no oler, no tocar.., te afianza en una zona de seguridad relativa, pero un peligro 
te acecha: el replegarte sobre ti mismo, lo cual desarrolla en ti una sensibilidad 
excéntrica, cierta exacerbación ficticia de las potencias afectivas e imaginativas 
que confiere a las cosas mas nimias una resonancia desmedida, y te pone en trance 
de caer en la obsesión. Pruebas interiores se levantan, que serán niñerías, pero que 
turban la paz y hacen sufrir mucho. 
En la vida activa te encogerías de hombros, y a otra cosa. En el desierto, 
esos fantasmas te acosan. Para purificar tu alma Dios puede echar mano de tu 
susceptibilidad ante el padecer. Mas la astucia del demonio sabe sacar partido de 
ella. Abre el corazón a un guía perspicaz y te salvarás de escollos que más de uno no 
sabe esquivar: la excentricidad, la manía persecutoria, los escrúpulos, la melancolía 
con todos sus sobresaltos. Los perpetuos descontentos, los hastiados son las víctimas 
imprudentes de la reclusión. Los místicos son su mayor triunfo...
El ayuno que el desierto impone a tus facultades cuyo juego normal asegura 
ordinariamente la expansión y la felicidad de los humanos, produce en ti el triunfo 
de la primacía de lo espiritual. Sin embargo, los instintos son indestructibles y nunca 
lograrás que el corazón y la carne no se conmuevan. El autor de tu estructura es Dios; 
no te toca ni lamentarla ni ponerte a trastornar tan admirable ordenación. El dominio 
sobre los instintos es delicado.
Además, la memoria y la imaginación atizan la desazón de la privación, y el 
demonio tiene poder directo sobre nuestras facultades sensibles. No es raro que 
los más puros sean presa de las tentaciones menos confesables, o de los ímpetus 
afectivos más desesperados.
Hay que conformarse humildemente, orar, mantener paz y confianza. Resistir a 
estos impulsos es un hermoso acto de fe, de esperanza, de amor; es asimismo la más 
austera de las penitencias. Considera que es un crisol purificador por donde pasaron 
tantas almas santas; las vidas de los Padres del desierto te tranquilizarán. El demonio 
perderá una baza, sí en vez de perder tú los estribos, reflexionas con calma que eres 
hombre y no ángel, y que vas hacia Dios caminando sobre tus dos pies y no volando 
con alas de serafín...
La contemplación, el acto más divino, el ejercicio más perfecto de la caridad, 
puede dar origen asimismo a las más sutiles tentaciones, al menos en su grado inicial, 
cuando tiene más de adquirida que de infusa. El orgullo no tiene asidero en el místico 
auténtico: la actividad intensiva del don de temor lo pulveriza. No es místico quien 
quiere. El que, en expresión de San Benito, después de domeñar los vicios de la carne 
y el espíritu “con el solo vigor de brazos y manos”, alcanza a rozar al Invisible, a 
deleitarse legítimamente en las realidades supraterrenales por las cuales lo ha dejado 
todo, a gustar lo bueno que es Yavé (Salmo 33,9): ese tal puede tropezar en el lazo 
de la complacencia y de la presunción. El demonio le susurrará que pertenece a la 
“aristocracia” del mundo espiritual y le persuadirá que, rebasando el estadio del 
aprendizaje, puede lanzarse desbocadamente, sin control, por la vía de las grandes 
singularidades penitenciales, o, al contrario, relajar su rigor y dejar lacias las riendas: 
“Si eres Hijo de Dios, tírate abajo” (Mateo 4,6). La respuesta del humilde es sencilla: 
No puedo tirarme abajo puesto que no estoy arriba. Por supuesto, hay que estar 
bastante adelantado en la perfección para advertirlo. Única salida: abrirse y obedecer.
Obedecer al propio guía, pero obedecer al Espíritu Santo, al Espíritu de Jesús 
que te ha conducido al desierto. Si eres auténticamente hombre de oración, estás 
salvado. ¿Qué hizo Jesús solitario, sin predicar, sin comer ni beber, quizá sin dormir? 
Contemplaba. Con toda su alma estaba cara a Dios, sus potencias eximidas de toda 
otra actividad se expansionaban en la contemplación. La luz beatífica inundaba 
su mente, su voluntad ardía en la caridad del cielo. Los Dones del Espíritu Santo 
rendían en El todos sus frutos. Libre de toda ocupación terrestre, Jesús pudo dilatar 
su oración hasta una plenitud que ya no superó.
La tuya será más modesta y más intermitente. Al menos en alas del deseo, trata 
de unirte a Dios con la mayor frecuencia e intensidad posible. Suplícale sin descanso 
que se dé a ti. La oración mística está en la línea de tu vocación de cristiano y de 
ermitaño. Pide esa gracia, pero acepta con apacible humildad que te sea aplazada o 
negada. Haz lo que está de tu parte por disponerte al don eventual de Dios.
Por toda la eternidad no harás sino contemplar. La vocación del monje es 
escatológica: su intento es vivir anticipadamente a la manera de los bienaventurados. 
El desierto, cerrado del lado de la tierra, sólo tiene vistas al cielo, y la pista por la que 
caminas desemboca en Dios. 
Sé generoso; no serán los ángeles los que te servirán, el Maestro en persona 
se ceñirá, te hará sentar a su mesa y te obsequiará (Lucas 12,37).
 
Tomado de EL EREMITORIO, CAP. III
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"Basta amar al Santo de los Santos
para llegar a ser santos"
 
(Sta. Margarita Marìa Alacoque)
 
 
 
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                                                                             VEN ! ...  Y  SÌGUEME

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JHS

 

 EL AMOR GRATUITO 

Y ADMIRABLE DE DIOS QUE SE HACE HOMBRE

PARA TENDERNOS SU MANO Y MOSTRARNOS LO 

QUE SIGNIFICA ESTAR  CERCA DE NOSOTROS.

NO SE LIMITA A LA PALABRA ESCRITA, DONDE SIN DUDA

NOS HACE EXPERIMENTAR EL INFLUJO DE SU PRESENCIA Y NOS LLENA DE SU ESPÌRITU,

NI A REVELACIONES PRIVADAS, SINO A MOSTRAR SU AMOR

A CADA UNO, HASTA LA MUERTE EN UNA CRUZ, Y HASTA LA MARAVILLOSA REALIDAD DE VOLVER A LA VIDA

EN SU RESURRECCIÒN DE ENTRE LOS MUERTOS.

HABLAR DE ÈL ES UN PRIVILEGIO, DARLO A CONOCER Y MOTIVAR EL DESEO DE CONOCERLO MÀS, CADA UNO, PERSONALMENTE,

ES  LA FINALIDAD DE ESTOS ESCRITOS Y PENSAMIENTOS.

NO PERDAMOS EL TIEMPO QUE TENEMOS EN ESTA VIDA,

QUE AL FINAL ES CORTA,

PARA PREPARAR EL ENCUENTRO CON ÈL DEFINITIVO

CUANDO SE APAGUE NUESTRA LÀMPARA, Y SE PONGA NUESTRO SOL, EN EL OCASO DE NUESTRAS VIDAS.

VALE LA PENA ENTREGARSE AL AMOR!!!!

 

"CORAZÒN DE JESÙS,

FORMADO POR EL ESPÌRITU SANTO 

EN EL SENO DE MARÌA VIRGEN".

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Del Tratado de san Ireneo, obispo, Contra las herejías
(Libro 3, 19, 1. 3-20, 1: SC 34, 332. 336-338)


CRISTO PRIMICIAS DE NUESTRA RESURRECCIÓN

El Verbo de Dios se hizo hombre y el Hijo de Dios se hizo Hijo del hombre para que el hombre, unido íntimamente al Verbo de Dios, se hiciera hijo de Dios por adopción.

En efecto, no hubiéramos podido recibir la incorrupción y la inmortalidad si no hubiéramos estado unidos al que es la incorrupción y la inmortalidad en persona. ¿Y cómo hubiésemos podido unirnos al que es la incorrupción y la inmortalidad, si antes él no se hubiese hecho uno de nosotros, a fin de que nuestro ser corruptible fuera absorbido por la incorrupción y nuestro ser mortal fuera absorbido por la inmortalidad, para que recibiésemos la filiación adoptiva?

Así pues, este Señor nuestro es Hijo de Dios y Verbo del Padre por naturaleza, y también es Hijo del hombre, ya que tuvo una generación humana, hecho Hijo del hombre a partir de María, la cual descendía de la raza humana y a ella pertenecía.

Por esto el mismo Señor nos dio una señal en las profundidades de la tierra y en lo alto de los cielos, señal que no había pedido el hombre, porque éste no podía imaginar que una virgen concibiera y diera a luz, y que el fruto de su parto fuera Dios con nosotros, que descendiera a las profundidades de la tierra para buscar a la oveja perdida (el hombre, obra de sus manos), y que, después de haberla hallado, subiera a las alturas para presentarla y encomendarla al Padre, convirtiéndose él en primicias de la resurrección. Así, del mismo modo que la cabeza resucitó de entre los muertos, también todo el cuerpo (es decir, todo hombre que participa de su vida, cumplido el tiempo de su condena, fruto de su desobediencia) resucitará, por la trabazón y unión que existe entre los miembros y la cabeza del cuerpo de Cristo, que va creciendo por la fuerza de Dios, teniendo cada miembro su propia y adecuada situación en el cuerpo. En la casa del Padre hay muchas moradas, porque muchos son los miembros del cuerpo.

Dios se mostró magnánimo ante la caída del hombre y dispuso aquella victoria que iba a conseguirse por el Verbo. Al mostrarse perfecta la fuerza en la debilidad, se puso de manifiesto la bondad y el poder admirable de Dios.

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www.corazones.org/maria/a_maria.htm

 

 

 

La Maternidad Divina de María

 

El dogma de la Maternidad Divina se refiere a que la Virgen María es verdadera Madre de Dios. Fue solemnemente definido por el Concilio de Efeso (año 431). Tiempo después, fue proclamado por otros Concilios universales, el de Calcedonia y los de Constantinopla.

El Concilio de Efeso, del año 431, siendo Papa San Clementino I (422-432) definió:

"Si alguno no confesare que el Emmanuel (Cristo) es verdaderamente Dios, y que por tanto, la Santísima Virgen es Madre de Dios, porque parió según la carne al Verbo de Dios hecho carne, sea anatema."

El Concilio Vaticano II hace referencia del dogma así:

"Desde los tiempos más antiguos, la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles acuden con sus súplicas en todos sus peligros y necesidades" (Constitución Dogmática Lumen Gentium, 66).

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MÙSICA

7-Salutaciòn a Marìa.mp3 (2651179)

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MARÌA,  LA HUMILDE Y OBEDIENTE.

 

"Creer es confiar. Creer es permitir. Creer, sobre todo, es adherirse, entregarse. En una palabra creer es amar. Creer es "caminar en la presencia de Dios" (Gén 17,1). La fe es, al mismo tiempo, un acto y una actitud que agarra, envuelve y penetra todo cuanto es la persona humana: su confianza, su fidelidad, su asentimiento intelectual y su adhesión emocional. Compromete la historia entera de una persona: con sus criterios, actitudes, conducta general e inspiración vital. A mi entender, las palabras más preciosas de la Escritura son estás: " He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según su palabra " (Lc 1,38)

Lo que sabemos, con absoluta certeza, es que la vida normal de esta muchacha de campo fue interrumpida, de forma sorprendente, por una visitación extraordinaria de su Señor Dios.

Frente a la aparición y a estas inauditas proposiciones uno queda pensando cómo esta jovencita no quedó trastornada, cómo no fue asaltada por el espanto y salió corriendo. Siguió llena de dulzura y serenidad."

(El Silencio de Marìa- Ignacio Larrañaga)

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TRATADO SOBRE NUESTRA ESPIRITUALIDAD

 

https://morandoenelcorazondecristo.

blogspot.com/p/blog-page_2.html

 
 
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El Templo cósmico 
de Dios a la criatura
Vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho (Génesis 1,31)
 
El desierto es siempre bello: el océano, la estepa arenosa o rocallosa, la montaña 
caótica, la selva misteriosa nos imponen el silencio de la admiración. Por 
instinto, se piensa en el genio sobrehumano que ha derramado tales maravillas, en 
el esplendor de la fuente luminosa de tales reflejos. No menosprecies lo que Dios ha 
tenido la fineza de dedicarte:
Mil gracias derramando
pasó por estos sotos con premura
y yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de su hermosura.
Así canta el Doctor Místico, San Juan de la Cruz (Cantar de los cantares 5, 5).
A lo largo de la Biblia Dios va haciendo desfilar ante nuestros ojos encandilados 
las obras maestras de su creación; las exhibe con satisfacción como un tapiz 
tornasolado en un lujo de imágenes que las abrillanta aún más y les da más vida. 
“Son las aclamaciones de los astros matutinos” (Job 38,7), es el “mar que sale 
impetuoso del seno” y que él “cerró con puertas (v. 8); son las “nubes como 
mantillas”, “los densos nublados como pañales” (v. 9); es “la aurora adueñándose 
de los extremos de la tierra” (v. 12); es “el rayo que retumba se fracciona dejando el 
espacio salpicado de chispas” (v. 24), la lluvia “derramada de los odres de los cielos 
cuando se hace una masa el polvo y se pegan uno a otro los terrones (v. 38).
Para el que sabe mirar la tierra es siempre el Paraíso terrenal. “Las criaturas 
son como un rastro del paso de Dios” (San Juan de la Cruz). Siendo El la belleza 
infinita, no se ha desdeñado en irradiarla para nosotros y atraer así nuestra atención: 
“Vio Dios todas las cosas que había hecho y eran muy buenas” (Génesis 1,31). “Sí, 
proclama el autor de la Sabiduría, amas todo cuanto existe y nada aborreces de 
cuanto has hecho, pues si hubieras odiado algo, no lo habrías hecho” (11 1,25). “Las 
misericordias de Yavé se posan en todas sus criaturas’ (Salmo 144, 9). 
El universo de lo infinitamente grande, como el de lo infinitamente pequeño 
rebosa de magnificencias que ningún ojo como no sea el del Creador verá jamás. El 
mundo es su santuario, y lo quiere ataviado de “potencia y hermosura” (Salmo 95,6). 
Al comienzo, gustaba de “pasearse por el jardín al fresco del día” (Génesis 3,8). Era 
el paisaje en que debía encarnarse y su acción conservadora se esmero con amor, 
día y noche, en mantener en su frescor el esplendor y encanto de la tierra: “¿Cómo 
podría subsistir nada si tú no quisieras?” (Sabiduría 11,26).
El Eremitorio te brindará la ventaja de una naturaleza hermosa. Abre los ojos 
para admirarla, el corazón para agradecerla. La fe te mostrará en ella la infinita 51
hermosura sobrenatural “de la figura de Dios, cuyo mirar viste de hermosura y 
alegría el mundo y todos los cielos” (San Juan de la Cruz).
Esa será quizá tu única alegría humana que no esté teñida de tristeza. La criatura 
irracional es la única que no haya decepcionado a su Creador, y que se doblega sin 
falta ni resistencia a todas sus voluntades. Mírala: con todo su ser canta la gloria de 
Dios (Salmo 18). Bossuet dice: “ella no puede ver, se muestra; no puede adorar, nos 
inclina a ello; y lo que ella no entiende no consiente que lo ignoremos”. El Ermitaño 
le presta su corazón y su voz: “Obras todas del Señor, bendecid al Señor” (Dan 3,57).
Mas también sabe escucharla; toda la obra de sus manos habla de El (Salmo 18, 
1). ¿Por qué cerrar los ojos a la sinfonía de las formas y de los colores, los oídos a 
la armonía de los sonidos, el olfato al perfume de las flores? Todos ellos te dicen 
que Dios los ha hecho mensajeros suyos, encargados de alegrar tu destierro (Salmo 
103,4). Tú mismo lo reconoces en el coro: “De sus moradas manda las aguas sobre 
los montes, y del fruto de sus obras se sacia la tierra; hace nacer la hierba para los 
animales y el heno para el servicio del hombre” (Salmo 103, 13-14).
¿Temes acaso que la belleza de las cosas te atornille a la tierra? Míralas en 
contemplativo. Al cristiano se le enseña a descubrir a Dios en su criatura, a verle a su 
trasluz. Tú, que vas al Señor derecho, ve su obra en El, admírala a través de El. Tu 
visión interior es la que proyecta su luz sobre la creación, y no ésta la que condiciona 
esa visión. Los bienaventurados en el cielo no perciben nuestro universo sino en el 
Creador, y Dios mismo sólo en sí ve lo que está fuera.
CANCIÒN:
 
Tú que vives ya de la vida futura, no admires nada si no es en la relación que 
une cada ser con su fuente sabia y amante, con aquella Providencia cuya mano 
paternal derrama sus bendiciones sobre la creación entera (Salmo 144, 16). Dios no 
se desdeña de ataviarse, en la Escritura, del esplendor de los elementos de nuestro 
planeta. La luz es el “manto” centelleante con que se arropa; las nubes son su 
“carro”, y “las alas del viento” su corcel; el trueno, su voz las tinieblas su “velo”.
Inspirando al escritor sagrado, Dios mismo nos coloca en la perspectiva de la 
más alta estética. El pensamiento sobrenatural expande y despliega hasta el infinito el 
encanto de las formas, de los colores, de los sonidos, a la manera que el eco, al oído 
de un amigo, se reviste de los sonidos del alma de aquel cuya voz repercute.
Jesucristo gustaba de descifrar el sentido divino de la naturaleza, inclinándose 
hasta sus más humildes maravillas, que tantos otros pisan distraídos: la hierba, 
vestida por Dios, y las flores de los campos, superiores en magnificencia a las 
galas de Salomón; la caña que el viento cimbrea, los manantiales que refrescan, los 
arreboles mañaneros o vespertinos, los campos ondulante de mieses, los senderos 
pedregosos, el relámpago que rasga el espacio, la luz centelleante. Los animales tan 
humildes de nuestro contorno familiar le encantan: la gallina que reúne sus polluelos 
bajo sus alas, los gorriones que Dios alimenta, la cándida paloma, la oveja mansa y 
dócil... No hay rastro de hermosura que le deje insensible. Pero cada onda que hace 
vibrar sus facultades estéticas le trae al mismo tiempo el mensaje de su Padre que da 
a todo un sentido tan personal.
Yo soy la fuente de agua viva... (Juan 4,13).
Yo soy la luz... (Juan 8,12).
Yo soy el camino... (Juan 14,6).
Yo soy el pan... (Juan 6,35).
Yo soy la piedra... (Mateo 21,42).
Yo soy la puerta (Juan 10,7).
Yo soy la flor de los campos... (Cantar de los cantares 2,1).52
Con sus reacciones ante la primorosa naturaleza, Jesús nos da la inteligencia de 
ella y nos sitúa en la óptica en que debemos mirarla. El mismo, “resplandor de la luz 
eterna, espejo sin mancha del actuar de Dios, imagen de su bondad” (Sabiduría 7,26), 
es el que, con miras a su Encarnación, se ha preparado un templo digno, un marco 
soberano para la “Figura” que es de la sustancia del Padre. Se comprende que las 
radiaciones de ese “Rostro” sublime, al rozar las criaturas, las haya dejado “vestidas 
de su hermosura” (cf. San Juan de la Cruz. Cant V, 5).
No hay ningún mal en que vuelvas a ver en espíritu, sin nostalgia quejumbrosa 
ni vana cavilación, las bellezas que te ha tocado contemplar. Ahora, más de cerca 
de Dios, no te resultará difícil lograr que esos cuadros canten el himno de alabanza 
que quizá entonces no supiste interpretar. Remeda al caminante solitario a quien la 
oquedad inspiró esta meditación:
“He aquí la hora de la quietud, y de cantar, cara a cara contigo, la consagración 
de mi vida en el silencio de este sobreabundante ocio” (Tagore). 
Todo nos convida a esas elevaciones: 
 La rama del cerezo en flor: “En el alma unida a Dios siempre es primavera” 
(Cura de Ars).
 La sombra de la tarde en el océano: “Lo que sé de mañana es que antes que el sol 
se levantará la Providencia” (Lacordaire).
 Las cumbres nevadas: “El hombre tiene hambre de altura y de pureza” 
(Gustave Thibon).
 El sauce a la orilla del lago que sestea: “Mi paz es la que os doy. No se trata de 
juzgar, sino de amar” (X).
 Un rayo de luna en el bosque mecido por la brisa: “Guíame, ¡oh suave luz! en la 
oscuridad que me cerca. ¡Oh! guíame. La noche es profunda y estoy lejos de mi 
mansión. Guíame, Señor” (Newman).
 El agua que fluye por un canal de barro a un pilón de piedra: “La fuente tiene sed 
de ser bebida” (Nacianceno).
 La hierba del sendero que vas pisando: /”Señor, a mis pies desnudos /dales un 
paso largo y puro, /por entre las hierbas que estremecí /para poder llegar a ti” 
(Marie-Noël).
 Una pista en la nieve: “El Señor ha ensanchado la ruta de mi viaje, y mis pies no 
vacilan” (Salmo 17, 37).
 El arbusto zarandeado por la borrasca: “Ten misericordia de mí, Señor, pues que 
soy débil” (Salmo 6,3).
 El fulgor del sol y la claridad de la luna evocan a Jesús, el Sol de justicia, y la 
Virgen María, vestida de su luz, y con la luna a sus pies (Apocalipsis 12,1).
¿Quién formará tu alma a esa respiración sobrenatural? La soledad, la meditación 
de las Escrituras, el conocimiento amoroso del Cristo de los Evangelios, la oración 
constante en la atmósfera del Padrenuestro. Esto es más que poesía, aun concediendo 
que la poesía sea una futilidad para el Ermitaño, que no lo es, ya que se puede 
definir: el instinto de lo Infinito que resuena en la finitud de las cosas.
Disfrutarás de un jardín; no lo tengas en barbecho. Dios te ha colocado en él 
como a Adán en el Paraíso, “para cultivarlo” (Génesis 2, 15). Ten en cuenta que la 
celda del Ermitaño es el lugar de las citas con Cristo. Las dos hermanas de Betania, 
sin duda, adornaban de flores su casita para acoger al Maestro. No tienes por qué 
privarte de ese inocente gozo. Las flores variopintas son un regalo de los ojos y del 53
corazón. “Yo te planté de la vid más generosa” (Jeremías 2,21), te susurra tu parra, 
“¿Qué más podía yo hacer por mí viña, que no hiciera” (Isaías 5,4). Escucha mis 
enseñanzas, musita la higuera; el lirio te sugiere a Jesús, la rosa a Maria, y todo tu 
diminuto predio, el ortus conclusus reservado en exclusiva al Esposo.
Harás lo que el hombre moderno ya no hace: contemplar al Creador atareado en 
la planificación de la vida, y sentirás mejor, en tu laboreo, cuán a merced estás de la 
Providencia de la que depende el éxito de tus trabajos.
Una fauna de insectos, de perfiles y coloridos extraños te hará palpar la 
inagotable fecundidad de la inventiva divina y la prodigalidad de sus dones. El jardín 
hace amar la celda, y si al Ermitaño no le es licito apegarse al lugar ni a cosa alguna, 
es menester que experimente que en la celda está en el corazón de su desierto, en el 
centro de todas sus riquezas.
Abomina del lujo y del confort, pero ama lo bello en todo; es un destello de la 
luz divina. Es la hermosura de Dios, que en el cielo nos beatificará, dado que es el 
resplandor de todas sus perfecciones. Lo bello nos sumerge en una especie de éxtasis 
al dejar en suspenso la algarabía de nuestras actividades internas en el silencio de 
la admiración, y la admiración confiere a nuestro ser una suerte de eflorescencia 
plenaria, di hartura calmante que no desea ya nada. Es la esencia misma de la 
contemplación adoradora.
Tal vez te sea dado no pocas veces, sentado en el umbral de tu celda, como 
Psichari en el desierto, saludar “el nacimiento del mundo” cuando despunta la aurora. 
Te embargará aquella religiosa emoción con que Sedia, el Moro de la escolta, le dijo, 
con los brazos tendidos hacia el Levante: DIOS ES GRANDE Su voz temblaba un 
poco..., observa el oficial –ninguna otra palabra se dijo aquella mañana.
Sé tú el corifeo de ese concierto de las cosas: 
Alabad a Dios en su santuario... 
Todo cuanto respira alabe al Señor (Salmo 150,5).

(Tomado de EL EREMITORIO, Tercera Parte, Cap.I)

 

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ORAR  Y  CANTAR

 
 

 

MÙSICA:

02 Estás conmigo.mp3 (3624457)

 

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05 Madre de la Eucaristìa.mp3   (3512284)    

 

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NACISTE DEL PADRE, SIN PRINCIPIO

Naciste del Padre, sin principio,
antes que la luz resplandeciera;
del seno sin mancha de María
surges como luz en las tinieblas.

Los pobres acuden a adorarte,
solos, ellos velan en la noche,
sintiendo admirados en tu llanto
la voz del pastor de los pastores.

El mundo se alegra en este día,
gozan los patriarcas, los profetas;
la flor ha nacido de la rama,
flor que ha perfumado nuestra Iglesia.

Los ángeles cantan hoy tu gloria,
Padre, que enviaste a Jesucristo;
unimos con ellos nuestras voces,
oye, bondadoso, nuestros himnos. Amén

 

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La encarnación de Dios es un gran misterio, y nunca dejará de serlo.

¿Cómo el Verbo, que existe personal y substancialmente en el Padre, 

puede al mismo tiempo existir personal y substancialmente en la carne? 

¿Cómo, siendo todo él Dios por naturaleza, se hizo hombre todo él por naturaleza, 

y esto sin mengua alguna ni de la naturaleza divina, según la cual es Dios, 

ni de la nuestra, según la cual es hombre? 

únicamente la fe puede captar estos misterios, esta fe que es el fundamento 

y la base de todo aquello que excede la experiencia y el conocimiento natural.

(San Màximo confesor, Abad)

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El agua pura, don de la mañana,
da a los ojos el brillo de la vida,
y el alma se despierta cuando escucha
que el ángel dice: «¡Cristo resucita!»

¡Cómo quieren las venas de mi cuerpo
ser música, ser cuerdas de la lira,
y cantar, salmodiar como los pájaros,
en esta Pascua santa la alegría!

Mirad cuál surge Cristo transparente:
en medio de los hombres se perfila
su cuerpo humano, cuerpo del amigo
deseado, serena compañía.

El que quiera palparlo, aquí se acerque,
entre con su fe en el Hombre que humaniza,
derrame su dolor y su quebranto,
dé riendas al amor, su gozo diga.

A ti, Jesús ungido, te ensalzamos,
a ti, nuestro Señor, que depositas
tu santo y bello cuerpo en este mundo,
como en el campo se echa la semilla. Amén.

Hinmo Liturgico

 

 

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CONTIGO SUBE EL MUNDO CUANDO SUBES.

Contigo sube el mundo cuando subes,
y al son de tu alegría matutina
nos alzamos los muertos de las tumbas;
salvados respiramos vida pura,
bebiendo de tus labios el Espíritu.

Cuanto la lengua a proferir no alcanza
tu cuerpo nos lo dice, ¡Oh Traspasado!
Tu carne santa es luz de las estrellas,
victoria de los hombres, fuego y brisa,
y fuente bautismal, ¡oh Jesucristo!

Cuanto el amor humano sueña y quiere,
en tu pecho, en tu médula, en tus llagas
vivo está, ¡oh Jesús glorificado!
En ti, Dios fuerte, Hijo primogénito,
callando, el corazón lo gusta y siente.

Lo que fue, lo que existe, lo que viene,
lo que en el Padre es vida incorruptible,
tu cuerpo lo ha heredado y nos lo entrega.
Tú nos haces presente la esperanza,
tú que eres nuestro hermano para siempre.

Cautivos de tu vuelo y exaltados
contigo hasta la diestra poderosa,
al Padre y al Espíritu alabamos;
como espigas que doblan la cabeza,
los hijos de la Iglesia te adoramos. Amén.

 

 

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PENSAMIENTOS DE SANTOS

 

 

 

 

"ÁMALO CON TODAS TUS FUERZAS,

PIENSA SIEMPRE EN ÉL,

DEJA QUE ÉL HAGA CONTIGO Y PARA TÍ

TODO LO QUE ÉL DESEE.

NO ANSÍES NADA MÁS"

Sta. Margarita María Alacoque

 

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"QUE MUERA YO POR AMOR TUYO,

ASÌ COMO TÙ TE DIGNASTE

POR NOSOTROS MORIR"

San Francisco de Asìs

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     www.lluviaderosas.com/

 

       

    "NO ME ARREPIENTO

           DE HABERME ENTREGADO AL AMOR..."

              Sta. Teresa del Niño Jesùs

 

 

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"Ama totalmente

a Quien totalmente se entregò

POR TU AMOR"

Santa Clara de Asìs

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MÙSICA

 

05 Mírame.mp3 (3410119)

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AMAR  CANTANDO

 

 

 

REY VENCEDOR:

https://www.youtube.com/watch?feature=player_detailpage&v=8HKWSklLpls

 

ABRAZA A JESÚS CRUCIFICADO:

https://www.youtube.com/watch?feature=player_detailpage&v=S7fifbGEmeg

 

UN HOMBRE QUE ES DIOS:

https://www.youtube.com/watch?feature=player_detailpage&v=6xtcrHsWnSI

 

CONFIARÈ:

https://www.youtube.com/watch?v=r9MydDwX3Oo